Los delirios nos sacan del mundo cotidiano y nos arrojan en los brazos de la desmemoria, y así, sin la menor prevención disfrutamos del olvido.
Alguna vez saltamos la valla del horizonte y nos abrazamos con otros delirantes que nos inventan nuevos nombres y destinos.
Los delirantes nos movemos como si fuéramos eternos, sin tomar precauciones, más o menos sonámbulos, festejando los rayos y los truenos y mirando a través de la lluvia.
Los delirios son premios, vida entre paréntesis, pero cuando se acaba el delirio y volvemos a lo cotidiano, a lo cabal, a lo de siempre, sentimos entre pecho y espalda la aguda nostalgia del delirio.
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